Cambiar la cara de culo

Hace unos días se cumplieron 10 años del último número de Oblogo, la revista impresa, de distribución gratuita, que hicimos durante 3 años con mis amigos Sonia y Gus Faigenbaum, que me llenó de alegría y me dejó muchos recuerdos imborrables. El objetivo de la revista era simple y potente: cambiarle la cara de culo a la gente que salía del trabajo a las seis de la tarde en el centro porteño.

Queríamos que se rieran, que pensaran en una nueva idea, que a pesar de ir aplastados en el subte tuvieran ganas de llegar a casa para contarle a otra persona lo que habían leído. Imprimíamos 30 mil ejemplares de cada número. Sí, 30 mil, una bocha. Compartíamos, con el permiso de los autores, textos cortos de gente genial, que escribe y nos ayuda a pensar. La tapa de cada número era una obra de arte, creada por ilustradores, diseñadores o fotógrafos.

Junto a Gus, Sonia y 2 o 3 empleados que teníamos, nos parábamos en las entradas del subte a las seis menos cinco (a mí me tocaba la estación Catedral de la línea D, justo en diagonal a Plaza de Mayo) a regalar Oblogos. Al principio, la gente nos esquivaba. Después nos enteramos que muchos creían que les estábamos vendiendo algo, que queríamos robarles o que íbamos a absorberlos en alguna secta (¡esto último era cierto!).

Pero con el tiempo, empezaron a reconocernos y ese es uno de los recuerdos más lindos que tengo. El tsunami de gente llegaba a las seis y cinco a la estación. Todos zombies. Todos con cara de qué laburo de mierda que tengo. Todos pensando en la pesadilla que estaban por vivir en el subte, apretadísimos hasta casa. Nosotros estábamos ahí, tratando de sostener nuestra posición en medio de ese río muy caudaloso de gente que caía en catarata por la escalera de Catedral. Y de repente nos reconocían. En el momento de hacer contacto visual su cara se transformaba instantáneamente. Era mágico. De culo a sonrisa en un segundo.

La consigna era que una vez que terminaras de leer la revista se la regalaras a otra persona en el subte, en el colectivo, o en el laburo al día siguiente. Y así las sonrisas se contagiaban y circulaban. La gente compartía sus historias, participaba en juegos que hacíamos en Twitter, nos mandaba textos. Los autores celebraban el pedido de permiso para publicar sus textos y muchos decían llegué, estoy en Oblogo (otros ya eran muy reconocidos desde antes). 

Más sobre Oblogo:

  • Acá cuento la historia de Oblogo con más detalles (audio de Aprender de Grandes).

  • Acá podés bajar y leer los 73 números de Oblogo en pdf de manera gratuita.

  • Acá podés ver el mosaico de las 73 tapas de Oblogo.

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