Conocer un barrio nuevo

Decidimos hacer una refacción en nuestro departamento y por unos meses nos tuvimos que mudar a otro barrio. Cuando llegamos a nuestro departamento temporario y bajé a la verdulería, tuve un déjà vu.

Sentía que era la misma ciudad (no es tan lejos de nuestro lugar de siempre), pero había algo que era distinto. Y la diferencia no era solo que en lugar de verdulero había verdulera y que los limones estaban abajo a la derecha en lugar de arriba al fondo. Había algo más.

Ya sé, pensé. El déjà vu es por esa frase tan linda de Pedro Mairal en La Uruguaya, cuando al comparar Montevideo con Buenos Aires dice ¨Como en los sueños, en Montevideo las cosas me resultaban parecidas pero diferentes¨. 

Pero sentía que había algo más.

Hay algo distinto en la lógica de las calles, la circulación, los negocios, el tránsito, cómo están estructuradas las manzanas. Y ahí hice el click. Calles, manzanas.

De los miles de charlas TED que vi, hay una que vi más veces que ninguna otra. Que la sé casi de memoria. Que me impactó de muchas maneras desde que la vi por primera vez en 2009. Aparte, es una de las charlas TED más cortas del universo. Dos minutos y veintiséis segundos.

Acá tenés dos opciones.

Opción 1: mirá la charla. Acá está (en inglés con subtítulos en español).

Opción 2: te la cuento acá con mis palabras y un poco adaptada a mi realidad.

Acá empieza la charla de Derek Sivers. Aplausos.

Imaginate que estás en una calle de la Argentina y un japonés se te acerca y te dice "Disculpá, ¿cuál es el nombre de esta manzana?".  Vos le contestás "Esta es la Avenida Santa Fe, esa es la calle Güemes. Aquella es Armenia y esta es Malabia." Pero él retruca "OK, pero ¿cuál es el nombre de esta manzana?". Vos, un poco molesto, le respondés "Las manzanas no tienen nombre. Las calles tienen nombre. Las manzanas son los espacios sin nombre que están entre las calles." El japonés se aleja confundido y decepcionado.

Ahora imaginate que estás en una calle en Japón y le preguntás a una persona "Disculpá, ¿cuál es el nombre de esta calle?". El japonés responde "Esa es la manzana 17 y esta es la 16." Entonces insistís "OK, ¿pero cómo se llama esta calle?". Él, muy tranquilo, responde "Las calles no tienen nombre. Las manzanas tienen nombre. Mirá en este mapa, estas son las manzanas 14, 15, 16, 17, 18, 19… Todas las manzanas tienen nombre. Las calles son los espacios sin nombre entre las manzanas." Ahí te empezás a desesperar un poco y decís "OK, ¡pero entonces es un lío saber una dirección!". El japonés muy tranquilo responde "Nada que ver, flaco. Es muy fácil. Mirá, este es el distrito 8, la manzana 17, la casa número 1".  Y ahí sacás tu argumento final y definitivo, con el que vas a dejar zanjado el asunto. Le decís "OK, pero caminando por esta zona me di cuenta de que los números de las casas no van en orden. ¡Es un caos!". Él, sin que se le mueva un pelo, responde "Sí van en orden. Van en el orden en que fueron construidas. La primera casa que se construyó tiene el número 1, la segunda el número 2, la tercera el 3. Es una pavada. ¡Es obvio!"

Derek sigue con la siguiente reflexión. Es interesante cómo a veces nos tenemos que ir al otro lado del mundo para darnos cuenta de prejuicios que ni sabíamos que teníamos y que el opuesto a nuestra verdad también puede ser verdad.

Comenta que hay médicos en China que creen que su obligación es mantenerte sano. Entonces, cada mes que estás sano les pagás. Si un mes te enfermás, no le pagás ya que no han hecho bien su trabajo. ¡Estos médicos chinos se hacen ricos cuando estás sano y no cuando estás enfermo! 

Y cierra su charla diciendo que cuando tengamos una idea, por más buena que sea, puede ser que lo contrario también sea una buena idea.

Acá termina la charla de Derek Sivers. Aplausos.

Está bien, tenés razón, no me mudé a Japón. Acá las calles siguen siendo calles y las manzanas, manzanas. Pero hay algunas diferencias sutiles que también son interesantes. Antes, cuando quería comprar algo, tenía que caminar unas cuadras. Ahora estoy en una zona mucho más comercial. Justo enfrente hay una heladería y una hamburguesería. En diagonal, uno de faláfel y shawarma. Hay muchas bicicleterías y está repleto de supermercados (chinos y de cadenas). Los ruidos son distintos. La gente camina a otro ritmo. Ahora estoy más lejos de plazas y espacios verdes. 

Ese pequeño nudo en la panza que siento a medida que descubro esas diferencias se parece a otra cosa, una cosa que sé que me es muy familiar, pero que no logro identificar. Así que sigue la sensación de déjà vu sin resolver.

¡Ya sé! Lo que siento al salir a la calle y reconocer un nuevo entorno, esa mezcla de incertidumbre con el entusiasmo del descubrimiento, se parece mucho a cuando empiezo a hacer algo nuevo, cuando me meto en un tema distinto, cuando comienzo la aventura de aprender.

Mi sueño de chico era ser científico. Quería entender cómo funciona el mundo, hacer descubrimientos, contribuir al conocimiento. Y para lograrlo tenía la sensación de que tenía que meterme en profundidad en algún área del conocimiento y dedicarle toda la vida a intentar develar algún secreto hasta ahora oculto. Y empecé a transitar ese camino, pero no me duró tanto. A los 30 años, decidí que quería ir para otro lado (ahora no me voy a meter en los detalles de ese cambio, pero, si te interesan, podés escuchar la entrevista que me hizo la genia de Diana Wang acá).

En ese momento pasé de la ciencia al mundo de la estrategia de negocios. Después de superar el miedo que me dio el salto, de procesar esa sensación de que tanto esfuerzo en entender la mecánica cuántica no me iba a servir de mucho en la próxima etapa, de convencerme de que no estaba traicionando a mis amigos científicos ni a mí mismo cuando era más chico, después de todo esto, me pasaron dos cosas.

La primera es que me di cuenta de que lo que traía de mi formación científica era más valioso en el mundo de los negocios que lo que esperaba. Mientras que al principio no entendía temas básicos de cómo funciona una empresa, algo que a mí me parecía obvio o muy simple deslumbraba a mis nuevos colegas. Había algo de mis lentes para ver el mundo que era novedoso para los que le habían dedicado toda su vida profesional a las empresas. Y eso, según decían ellos, agregaba valor.

La segunda es que después del vértigo inicial, empecé a disfrutar la curva de aprendizaje muy empinada. Eso quiere decir que cuando uno empieza con algo nuevo, cada día aprende mucho. Si hace 20 años que hacés más o menos lo mismo, los días empiezan a parecerse, es difícil que algo te sorprenda, la curva de aprendizaje se achata. Pero cuando llegás a un mundo que habla otro idioma, que maneja otros conceptos, que le importan otras cosas, todos los días aprendés algo nuevo. Tenés una sobredosis de sorpresas, de asombro.

Ese primer salto profesional me angustió bastante. Esa angustia se fue con el tiempo y con unas cuantas sesiones de terapia. No solo se fue, sino que después me empezó a gustar. Hoy me considero adicto a esos saltos al costado. Estoy al acecho de oportunidades de meterme en cosas nuevas, de emprender nuevas aventuras.

Para viajar, no hace falta cruzar el charco o dar la vuelta al mundo. Podemos viajar sin salir de casa. Podemos viajar a otras áreas de la cultura y del conocimiento. Y esta otra forma de viajar puede ser, incluso, más interesante.

Y vos dirás que con este criterio, podemos viajar también leyendo un libro, mirando una película, o yendo al teatro. Y vos tendrás razón.

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