Efectos inesperados

Cuando empecé a hacer el podcast Aprender de Grandes en 2016 soñaba con lograr algunas cosas. Me imaginaba disfrutando de las conversaciones con los invitados, fantaseaba con gente escuchando como si estuviera ahí con nosotros, deliraba con crear una comunidad de personas apasionadas por seguir aprendiendo durante toda la vida.

Pero nunca jamás me imaginé que iba a pasar lo que cuenta Margarita Girardi en este texto que me mandó:

Garbulsky y Claudio

Hoy no me desperté sola como siempre, me despertó la alarma del reloj. Aun así no me quería levantar. Mi primer pensamiento, todavía en la cama, fue que hoy tenía el día perdido y con ese ánimo lo empecé.

Fui al dentista. Mi pesadilla. Mi calvario. Y no me digas que exagero. Ya sabés que mis dientes son mi talón de Aquiles. ¡Cómo me han hecho sufrir! Tengo diecisiete tratamientos de conducto. ¡Diecisiete! ¿Tenés idea de lo que es eso? Pero hoy me esperaba algo todavía peor. Tenía que someterme a una intervención- para usar el eufemismo. Me sacaron un diente, me colocaron un implante y me hicieron injerto de hueso. Fueron horas con la boca abierta, agregando anestesia de tanto en tanto porque el efecto se iba y recomenzaba el dolor. ¡En fin! Fue una verdadera carnicería, aunque yo escuchaba al dentista que todo el tiempo me decía: Esto no tiene por qué doler. Será una molestia nada más. En un punto, empezaron a saltárseme las lágrimas y se ve que alguna le salpicó la máscara de astronauta que usa para no contagiarse de COVID. Ahí hizo una pausa… no sé si para limpiarse la lágrima o para dejarme respirar un poco. Yo solo quería que terminara la sesión de tortura. Ni siquiera me importó que me colocara un corticoide inyectable.

¿Qué era ese pinchazo al lado de mi boca que pronto se iba a hinchar hasta convertirse en un melón?

Dejé el consultorio y puse un podcast que tenía preparado para escuchar en mi regreso a casa. Apareció un tal Garbulsky entrevistando a un sacerdote. Se llama Claudio y está en una parroquia de Devoto. Te juro que no me di cuenta cómo pasó, pero me metí en la conversación y me olvidé de la boca. Se me vinieron un montón de pensamientos a la cabeza. Sentí que hay muchas iglesias. Tantas casi como sacerdotes halla. Porque el cura Claudio es abierto y me parece que él no dejaría sin comulgar a mi amiga Marisa que está divorciada y vuelta a casar. No estoy segura porque en varias respuestas no fue tajante. Tampoco puede. Pero sus referencias constantes al amor, al respeto por el otro, a no juzgar, a abrirse a otras religiones y creencias… No sé. Sentí que el Padre Claudio le hace bien a la gente y a la Iglesia en particular porque hombres como él acercan en lugar de espantar. Por si todo esto fuera poco, mencionó a El lobo estepario - un libro que marcó mi adolescencia; y a La elegancia del erizo de Muriel Barbery - una delicia de novela con un personaje inolvidable para mí que es la encargada del edificio. Una mujer que sabe un montón y lo esconde al mundo hasta que alguien la descubre. En fin, que este cura tiene un gusto literario impecable y eso es algo que también me conquista. Sé que con hombres como él, habría más gente en misa o menos detractores de la Iglesia como yo que me enojo y desenojo con la Institución y, generalmente, termino alejada.

Llegué a casa. Se fue el efecto de la anestesia. Me duele un montón, pero me dan ganas de escribir esto porque mi día ya no está perdido. Es otro día ganado gracias a dos personas que se juntaron y me lo llenaron de sentido.

Hasta acá, el texto de Margarita.

Me encantan los efectos inesperados de lo que hacemos en nuestras vidas.

Margarita Girardi es escritora. Sus novelas son Galletas de avellana y De tácticas y gambetas.

Acá está la conversación que tuvimos con Claudio Uassouf en Aprender de Grandes, a la que hace referencia Margarita en tu texto.

Anterior
Anterior

Paréntesis

Siguiente
Siguiente

Frase en un cuaderno viejo