Montaña rusa emocional el segundo día de la secundaria

Estaba por cumplir 13 años. Martes, ocho menos veinte de la mañana. Segundo día de mi secundaria, con mucha expectativa y muchísimo más miedo. Yo estaba en el segundo pupitre (si tenés menos de 35 años, googleá pupitre) en una fila individual a la derecha de la clase. Bajo perfil. No quería llamar la atención.

Entra la de Lengua. Silencio total. Casi sin saludar, saca la libreta con la lista de los alumnos y desliza el dedo de arriba hacia abajo en lo que debieron ser pocos segundos pero que a mí me parecieron una eternidad mientras decía en voz baja ¨vamos a ver qué saben de análisis sintáctico¨.

Pase al frente, Garbulsky.

Mientras le decía a mis piernas que teníamos que pararnos, creo que pasó toda mi infancia por mi mente. Tuve que dejar el perfil bajo porque iba a ser el protagonista del momento fundacional en un grupo de 40 chicos que iban a recorrer juntos los 6 años de secundaria.

Escriba en el pizarrón, Garbulsky.

Juan y Ana cocinaron pasteles de arroz.

Yo iba escribiendo, con la mano que me temblaba, temiendo las risas de mis compañeros ante mi primer error. Iba todo sin percances hasta que llegué a la última palabra. Qué digo palabra. La última letra. Mi mente y mi mano decidieron que el segundo cereal más consumido en el mundo (este dato no lo sabía hasta hace 30 segundos, lo acabo de googlear para poner un poco más de suspenso en esta oración interminable) se escribía con ese. Arros puse.

Silencio total, interminable. Mirada penetrante de la maestra y de 39 chicos que yo tenía la esperanza de que fueran mis amigos, de que hicieran más llevadero el tránsito por mi escolarización.

No le parece que hay algo mal, Garbulsky.

Así lo dijo, sin signo de pregunta. Y ¿qué necesidad tenía de terminar todas las oraciones con mi apellido?

Repasé lo que había escrito en el pizarrón y después de un rato, me iluminé. Recordé las reglas de acentuación, que tan bien había estudiado para el examen de ingreso. Palabras agudas terminadas en ene, ese o vocal, llevan tilde. Sentí un orgullo que me infló el pecho al haber resuelto mi primer gran escollo para ganarme el respeto del grupo y de la de Lengua. Con todas mis fuerzas y una gran sonrisa en la cara, puse el tilde. Arrós.

Ahí estalló la carcajada de los otros 39.

Odié Lengua, a la de Lengua y a mis compañeros por varios años.

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